domingo, 2 de marzo de 2008

Pensamientos de una niña...relato escrito por Clara...gracias por este regalo Clara



Pensamientos de una niña

Ya no lloro.

Las ciruelas están muy maduras, tenia que haberlas recogido hace días. Parecen pequeñas bombas de melaza a punto de estallar, la piel está oscura y supuran gotas de color ámbar. La abuela se enfadará otra vez conmigo.


El sol se debilita y el aire de la tarde ya no quema. Tomaré un té y algo de pan antes de comenzar la faena. La abuela quiere matar un cabrito y tengo que ayudarla.

La niña Samira está en el patio jugando con el pequeño animal que la abuela ha apartado. Se la ve feliz y ajena, correteando alrededor del olivo centenario. Es demasiado pequeña para notar la ausencia de mamá.

Otro año más, mamá ha dejado Chefchaouen, camino de Tetuán hasta Ceuta y desde allí hacia España. Comienza la época de recolección allí. Este año se ha llevado a Fatma con ella, ya ha cumplido trece años .No volverán en tres meses. Las echo de menos. A Fatma no, solo a mamá.

Recuerdo la primera vez que mamá se fue, hace cuatro años. Yo no entendía porqué se marchaba y me enfadé mucho con ella. Lloré dos días con sus noches, como solo una niña de seis años llora. La abuela me explicó lo de España, las frutas y el dinero, pero yo seguía enfadada con mamá, con la abuela y con Fatma porque ellas no lloraban.

Ya no lloro, tengo diez años, pero me sigo enfadando cuando se va.


No me importa que Fatma se haya marchado. Siempre me está regañando. Antes no era así, pero desde que se ha prometido con ese pastor de cabras, Hassán, está insoportable.

Solo piensa en su ajuar y anda todo el día con una sonrisita boba en la cara, menos cuando me regaña. Con el dinero que gane en España se comprará un burro y un horno para mejorar su dote.

No me gusta Hassán, huele como sus cabras y es viejo, ya tiene veintiséis años. Su casa es pequeña pero tiene un riachuelo que pasa por delante, medio centenar de olivos y cuarenta cabras. La abuela dice que será una buena boda. Él no me gusta, tiene los ojos pequeños y de color gris seco. Es viejo.

Cuando pasa por mi lado no me mira, ni a Samira tampoco. No lo entiendo, todo el mundo mira a una niña de tres años que te sonríe y te tiende su mano.

Tengo que coger las ciruelas o la abuela se enfadará.
Solo quedan tres horas para que oscurezca y aún no he empezado la faena. La abuela fruncirá el ceño, me llamará zángana y no me dejará tomar dátiles con leche para cenar. Mañana trabajaré el doble y me premiará.


La abuela es mayor, no se cuanto, pero sus ojos no están secos como los de Hassán. Me sonríe con ellos porque su boca está hundida, ya no tiene dientes, solo una delgada línea recta debajo de su nariz, casi invisible. Mamá siempre dice que era hermosa, una verdadera “malikat” (reina) berebere. Cuando está contenta nos hace dulces de miel, higos y pistacho. Hace mucho que no los tomamos... Seguro que para la boda de Fatma con el cabrero los hace. A la abuela le gustan las bodas.... se pone contenta....

Ya casi no hay luz. Iré al pozo a por agua para la cena y tendré cuidado de no tropezar, ya casi no hay luz. Si me doy prisa podré coger unas ciruelas antes de la cena y la abuela no se enfadará. Me dará dátiles y leche y no se enfadará.

Samira se ha quedado dormida en el suelo, mejor. Tenemos que matar a su compañero de juegos y así no lo verá…

Me gusta como respira Samira cuando duerme, hace un sonido con la nariz, como un pequeño silbido. Si me concentro y respiro a la vez que ella, me entra un pequeño mareo que me hace dormir profundamente. Me gusta Samira. No entiendo porqué Hassán no la mira. Su sonrisa es tan fresca y amplia como las faldas del monte Megu. A todo el mundo le gusta el monte Megu, a todo el mundo le gustan los niños de tres años.


La madre de mi amigo Babr el Ain, también se ha ido a España. Ella no recoge fruta, ella trabaja en una ciudad. Cuida a los hijos de otros. No ha vuelto desde que se marchó hace dos años. Mi amigo Babr el Ain tiene nueve años. Sigue llorando. Su padre se marcho a Fez un año antes, conduce un coche de caballos y enseña la ciudad a los turistas. Badr no habla de su padre, yo del mío tampoco.

La abuela me ha dado dátiles y leche caliente, me gusta, es lo que toman los novios el día de la boda, simboliza la dulzura y el calor del hogar. No está enfadada. Mañana trabajaré el doble.

Samira se acurruca contra mi espalda y sale de su nariz los pequeños silbidos que me ayudan a dormir.


La luz es azulada, ya está amaneciendo. Tengo que levantarme y hacer las tareas antes de que apriete el sol. Samira duerme estirada, un hilo fino de saliva resbala por su mejilla. Parece una enorme ciruela madura de piel oscura que supura gotas de melaza. Me gusta como huele Samira, huele a melaza.

Las avispas se meterán dentro de las ciruelas con los primeros rayos del sol. He de darme prisa. Llenaré dos cestas antes de que se levante la abuela. Hoy trabajaré el doble, hoy me premiará.

He llenado dos cestas y aún están durmiendo. He tardado más tiempo porque en lugar de tirar las ciruelas desde arriba a la cesta, las he tenido que dejar poco a poco para que no se reventaran, están demasiado maduras. Prepararé pan y té para el desayuno.

La abuela me sonríe con los ojos y Samira se ha levantado con el olor del pan caliente. Viene hacia mi con los ojos cerrados y tambaleándose como un cabrito recién nacido. Hoy le cogeré una lagartija para que juegue.

La abuela me ha mandado a casa de Hassán, tiene que darme excrementos secos de cabra para encender el horno, arden rápido y conservan el calor. La abuela sabe que no me gusta Hassán. Le he pedido a Samira que me acompañe pero ha preferido quedarse jugando con la lagartija. Si se le escapa no le cogeré más.


Allí viene Badr el Ain, le pediría que me acompañase si no estuviera enfadado conmigo. Ayer le dije que no me casaría nunca con un pastor. El quiere ser pastor de camellos. Los camellos también huelen mal. Terminaré casándome con él aunque huela a camello.

Hassán está recogiendo los excrementos que extendió ayer para secar al sol. No me mira pero sabe que me acerco. Sin dejar de meter cacas de cabra en los sacos, ladea la cabeza haciéndome una señal para que coja el saco que está a medio llenar. Siempre intento llevarme uno lleno para no tener que volver otra vez, pero no puedo con el peso. Él lo sabe y solo los llena a la mitad. A pesar de ello no me gusta Hassán. Cuando Fatma se case con él será mi hermano. A pesar de ello no me gusta Hassán.

Si Badr me hubiera acompañado no tendría que hacer otro viaje a la casa de Hassán y podría cogerle otra lagartija a Samira.


Me gusta el nombre de Fatma, hija de Mahoma, pero ella no. Yo tenía que llamarme de otra manera y no Aisha, esposa de Mahoma. No me gusta tener el nombre de alguien que ha muerto. Mi padre me lo puso por su hermana mayor que murió al parir a su hija. A esta la llamaron Habiba, amada, y no Aisha como su madre muerta. Yo tendría que llamarme de otra manera. Me inquieta pensar en las cosas que he podido heredar de ella además del nombre. No voy a tener hijos. Ya tengo a la niña Samira.

Badr ya no está enfadado, ha ido él solo a por el otro medio saco de excrementos. Al final me casaré con él aunque huela a camello.
El sol está en lo alto y calienta demasiado. Tendré que meter a la niña Samira en casa, estaremos frescas, tomaremos té, pintaré sus pies con henna mientras el sol seca todo lo que no se protege, como las cacas de cabra, los ojos de Hassán o la boca invisible de mi abuela.


La abuela está haciendo ladrillos con paja y barro, Badr la está ayudando a rellenar los moldes de madera y los va colocando en filas para que el sol los endurezca. Con ellos hará un pequeño muro y luego otro y luego otro más y así hasta cerrar la nueva habitación para mamá. Luego lo pintará de blanco por dentro y por fuera. Es la manera que tiene la abuela de darle las gracias por irse un año más a trabajar a España. El año pasado le hizo cuatro cestos para fermentar y destilar los higos y el anterior curtió la piel de dos cabras para hacerle… no recuerdo que.

El aire ya no quema, huele a fruta caliente y a animal. Samira quiere salir a jugar.

Badr se ha marchado a su casa, su abuelo le llama para la oración. El minarete de El Sok hace brillos de agua con los últimos rayos del sol. El aire ya no quema. Es la quinta y última llamada del día al Salat. El Azdan canta el Almuédano, la invitación universal a la unidad. Es momento de adoración y reconocimiento....así me lo ha explicado la abuela.

La abuela sigue trabajando con el barro mientras que Samira lanza puñados de paja hacia arriba que caen sobre su cara haciéndola reír.


Miro las manos de la abuela. Sus dedos contraídos y nudosos, coloreados por el barro rojizo se asemejan cada día más a las raíces de un árbol. Hunde sus dedos en el barro como las raíces se hunden en la tierra, aferrándose a ella, raíces que van quedando al descubierto, aéreas, por el agua y el viento que las golpea.

Ya no son manos de mujer, ya no es una verdadera “malikat”.

“Quien no quiera arriesgarse a teñir sus manos de la oscura fertilidad de la tierra, no podrá descubrir los suculentos frutos que esconde en su seno”. La abuela habla poco y cuando lo hace dice cosas como esta. Yo asiento con la cabeza aunque la mayoría de las veces no la entiendo.

Los días son muy largos. No se porqué la gente dice que pasan tan rápido. Para Badr el Ain y para mi son demasiado largos. Para todo el que espera son demasiado largos.


Hoy hemos ayudado a la abuela. Hemos hecho queso. Estará bueno pero huele igual que las cabras, igual que Hassán.

Lo hemos prensado para sacar el suero y lo hemos envuelto en las hojas ásperas de la higuera, el calor hará el resto.

Quiero que vuelva mamá. Quiero oler su pelo.


Hoy le he puesto a Samira el aceite de rosas de Boutagra que la abuela guarda para cuando regrese mamá. La abuela se ha enfadado. No me importa, el pelo de Samira huele como el de mamá. Hoy dormiré abrazada a ella y pensaré en mamá. Cuando vuelva ya no dormirá con nosotras. Fatma no huele igual, huele bien, pero no igual.

Cuando se case con el cabrero olerá igual que él, a queso, a cabra.

La abuela huele a barro húmedo y madera, mamá a rosas, Samira huele a melaza, Hassán a cabra y Fatma olerá como él…¿a qué huelo yo?

Tengo que preguntárselo a Badr .


La abuela está haciendo dulces de miel, higos y pistacho. Hoy está contenta pero no se casa nadie… Creo que el corazón se me ha caído a las manos, noto su latido en la yema de mis dedos.


Los ojos de la abuela tienen brillos de agua como el minarete de El Sok y la invisible línea de su boca se perfila hacia arriba con una leve mueca, una sonrisa. Hoy si parece una reina berebere.

Allha es grande. Regresa mamá. Tengo que decírselo corriendo a Badr, no, mejor no. Él tiene nueve años y sigue llorando. Allha es grande. Regresa mamá. Cuando me case con Badr el Ain también será su madre.

La tarde se acerca, el aire ya no quema y huele a fruta caliente. He pintado los pies y las manos de Samira y los míos también. Allha es grande.



La niña Samira está contenta, hay dulces. Mira sus pies y sus manos y sonríe, es grande como el monte Megu, es grande como Allha. Para ella el tiempo no es como para el que espera. Para ella no ha sido tan larga la ausencia de mamá. Yo ya tengo diez años, no lloro pero me enfado. El tiempo se me hace muy largo, largo porque espero. Ya no he de esperar más, Allha es grande, regresa mamá.

Tengo ganas de ver a Fatma y su sonrisa boba. No la haré enfadar más, no le diré que olerá a cabra si se casa con Hassán, no le diré que es viejo. No le diré que no me gusta.

La abuela ha preparado mucho té, hoy vuelve su hija, hoy regresa Abir. Hemos hecho tortas de pan. Hay ensalada de tomates con aceite de oliva, cous cous como cada viernes y tajine de cabrito con ciruelas pasas. Dátiles rellenos con queso de cabra y dulces de miel, higos y pistacho. Parece como si fuera la boda de Fatma, pero no lo es. Hoy regresa mamá.



Samira tiene hambre y empieza a lloriquear. Mira enfadada a la abuela que no le deja comer nada. Yo no tengo hambre, ni sed, ni sueño, solo siento ese pequeño mareo como cuando respiro deprisa al compás de los silbidos de Samira. Espero no quedarme dormida. No, no ocurrirá, estoy demasiado nerviosa. Me suenan las tripas y la abuela me sonríe, sabe que no es de hambre. Ella también está nerviosa.

En principio se fueron para tres meses, como cada año anterior, pero luego se fueron sumando los meses y casi se cumple el año. Menos mal que estará aquí esta noche. Mañana es mi cumpleaños, ya son once, ya no lloro ni me enfado. Le pediré que duerma con nosotras al menos esta noche, ese será mi regalo de cumpleaños.



Ya llega, Allha es grande. No parece ella. Está muy delgada y no lleva pañuelo en la cabeza. Que bonita es, como Samira.


No veo a Fatma. La abuela llora, da palmas al aire mientras grita su nombre, Abir, Abir… ¿Por qué llora ahora que vuelve y no cuando se marchó? No lo entiendo, están llorando las dos. Si para ellas el tiempo pasa tan deprisa… Ya no lloro, mañana cumplo once años.

No veo a Fatma.

Mamá me abraza largamente, puedo olerla, huele como siempre. Habla bajo, me besa los ojos y me dice palabras en español que no entiendo. Me río.



Samira se había quedado dormida y se ha despertado con mi risa. Coge un trozo de pan, mira a mamá pero no se acerca. Estira su bracito y le ofrece el pan. Ella tampoco entiende por que lloran y se ríe con la boca llena. Ahora todas reímos.


No veo a Fatma.


La abuela no parece extrañarse al no ver a Fatma. Hemos empezado a cenar, no ha preguntado nada. Abir y ella hablan animadamente y, cada bocado que toma mamá pone los ojos en blanco, lo saborea como si fuera el primero y el último de su vida. Coge el pan entre sus manos, lo huele y suspira, igual que olía yo a Samira cuando la impregné con su aceite de rosas de Boutagra.


Sigue pasando la noche entre risas y suspiros. Samira se ha dormido, esta vez sobre las piernas de mamá.

No puedo esperar más.

Cuando le pregunto a mamá por Fatma, esta se queda con la boca entreabierta, al punto de darle un bocado al dulce de higos. Mira con gesto incómodo hacia la abuela que, se mira las manos diciendo no lentamente con la cabeza.

Temo que la abuela tenía que haberme contado algo y no lo ha hecho.


Mamá se sacude las migas lentamente y comienza a hablar con un tono áspero como las hojas de la higuera. Apenas puedo oír lo que dice. Me acerco despacio a ella para no despertar a Samira. La abuela se levanta y comienza a retirar los restos de la cena.


Mamá me coge de las manos y sonríe al ver los dibujos de henna, con un gesto de aprobación. Me retira el pelo de la cara y me dice que parezco mayor.


Me cuenta que Fatma se ha quedado en España, que no esté triste porque eso es bueno para ella. Los dueños de la fruta, que ambas recolectaban, son un matrimonio mayor que no tienen hijos. Tienen mucho dinero dice Abir, poniendo los ojos en blanco igual que cuando saboreaba hace un momento el cous cous.


Fatma se ha quedado con ellos para cuidarles y hacerles compañía. La tratan bien y podrá ir a la escuela. Ya habla muy bien el español y no le será dificil estudiar. Allha es grande y cuidará de ella.


Yo le digo a mamá que no entiendo cual es la razón por la que una madre deja a su hijo para cuidar a los hijos de otros, como la madre de Badr el Ain, o como alguien deja a su familia para cuidar de otra, como Fatma, o por qué un padre deja a sus hijas y esposa para tener un hijo varón con otra mujer, como hizo mi padre.

Mamá sonríe con tristeza y me dice que no todas las preguntas tienen respuesta, al menos una respuesta que pueda entender una niña de once años. Con el tiempo, me dice, aprenderás a aceptar las cosas, estas pasan y las aceptaras aunque no las entiendas.

Esta noche dormirá con nosotras. La abuela lo ha preparado todo para que así sea. Creo que es su manera de decirme que siente no haberme contado lo de Fatma. Mañana preparará la nueva habitación de mamá.

Abir pega su pecho contra mi espalda y me rodea por la cintura con el brazo. Ahora soy yo la que pone los ojos en blanco mientras aspiro con fuerza el olor de mi madre.


Le digo que huele a perfume, a rosas, como siempre, como su nombre. Ella me acaricia la cabeza y me dice que yo huelo a ciruela y, que siempre oleré igual aunque me case con un pastor de cabras. De camellos, le digo, Badr el Ain será pastor de camellos, mamá. Ella no me contesta, se ha dormido profundamente y de su nariz sale el mismo silbido que hace Samira. Hoy dormiré mejor que nunca, pienso mientras me acurruco entre ellas.



Me he despertado al tiempo que Samira, creo que el olor a pan caliente y té nos ha despertado a las dos. Eso, y la charla animada de mamá y la abuela.

Me gustaría que Fatma estuviera aquí con nosotras, incluso la enfadaría aposta para ver esa mueca de bebé contrariado que solía poner.

¿Qué pasará ahora con su ajuar y su pastor?

Muerdo el pan caliente con mantequilla y pienso con alivio que Hassán ya no será mi hermano.

Mamá ha comenzado a deshacer su equipaje, trae más bultos, más que cuando se marchó. Samira está emocionada. Mamá le ha traído una muñeca con un biberón. Es mágico, cuando se vuelca sobre la boca de la muñeca parece que la leche desaparece para aparecer enseguida que lo pone en pié.

Me ha traído un montón de cintas para el pelo, y muchas telas estampadas para hacerme vestidos. Con los trozos de tela que sobren me hará más cintas para el pelo.

A la abuela le ha traído muchos collares de cuentas de cristal. Ha dicho que los guardará para mi ajuar, porque ella es demasiado vieja para adornarse.

Hemos colgado pequeños pañuelos de colores en las ventanitas de la nueva habitación. Mamá está contenta, la poca luz del sol que entra se transforma en mil colores, es tan mágico como el biberón de juguete de Samira.

Mañana iremos a comprar un burro, aunque ya no sea para la dote de Fatma. Será bueno para el trabajo y montaré a Samira en él cuando el aire de la tarde ya no queme.

Mamá ha traído mucho dinero, es posible que ya no tenga que marcharse nunca más. Allha es grande.


Mamá saca de una bolsa de papel marrón arrugada, un paquete grande. Dice que son “caramelos”, y que en España los niños los comen a todas horas.

Caramelos, caramelos, caramelos….me gusta como suena esta palabra, sería un nombre perfecto para mi y no Aisha.

Parecen joyas, los hay de muchos colores y están envueltos en papel transparente, cada uno con un color. Si miro a través de ellos lo veo todo de colores… Son joyas. Tienen un pequeño papel dorado dentro y dentro de este está la piedra preciosa. Mamá me dice que lo chupe, que no lo muerda o me romperé los dientes y me quedaré como la abuela.

Yo no los quiero chupar ni morder, solo los quiero mirar. Son Joyas.


Separaré uno de cada color, uno verde, otro rojo, el amarillo…y se los llevaré a Badr el Ain, le diré que es mi dote. Es mejor que un burro y un horno. Cuando nos casemos le pediré que me llame Caramelos.

Me gusta la casa de Badr. Es grande y huele a canela, té, almizcle…Su abuelo ha hecho muros de ladrillo blanco por dentro con zócalos de azulejos, aunque por fuera es de barro pintado igual que todas. Dice el abuelo que así es más fresca y resistente, y cuando Allha venga a buscarle, Badr el Ain tendrá una buena casa para hacer una buena boda.

Yo quiero que Badr siga con el trabajo de su abuelo, quiero que haga jabones y aceites…quiero oler a canela, té, almizcle…no a camello.

Badr ha cogido mi regalo, ha sonreído y me ha dicho que es lo mejor que le han regalado nunca. Quiere que le espere, tiene algo para mí.


Trae un saquito de tela rosada entre las manos, atado un una cinta de algodón. Huele igual que su casa. Cuando lo abro su olor es más fuerte.


Son migas de jabón, dice. El abuelo corta todas las piezas iguales, pero cuando el jabón está demasiado seco la cuchilla rompe un poco las esquinas. Badr el Ain las ha estado guardando para mí. Su abuelo le ha dejado a cambio de ayudarle a moler las especias.

Quiere acompañarme a casa y saludar a Abir. Creo que tiene esperanzas de que tenga noticias de su madre. Yo le he explicado que España es un país y que es grande, que como Marruecos tiene norte y sur y la gente no se encuentra de casualidad como si fuera un día de compra en un gran zoco…no me escucha.

Me da pena Badr. De su casa a la nuestra hay un paseo, dos palmerales y un huerto…es bueno tener esperanza, aunque solo dure un paseo.

Mamá y Samira están en el huerto. Samira tiene a su muñeco agarrado por el pelo y lo arrastra mientras camina de la mano de mamá. Esta noche cenaremos tomates.


Allí viene el cabrero. Supongo que le preguntará a mamá por Fatma.


Hassán se acerca al huerto y Abir señala hacia donde estamos Badr y yo. Le dice a Samira que ande hacia nosotros.

No puedo oír lo que dicen, pero les veo hacer gestos con los brazos. Hassán parece enfadado, y cada vez que habla golpea en el suelo con la punta de su cayado. Mamá hace gestos pausados con sus manos, como cuando nos hacemos una herida y quiere calmarnos. Ha acercado su mano al hombro de Hassán sin llegar a tocarlo, como si fuera una piedra caliente y dudase en cogerla.

Hassán ya no golpea el suelo. Parece que mamá ha sabido calmar el dolor de su herida. No entiendo porqué se ha enfadado tanto, Fatma no es ninguna “Malikat”. Es guapa pero no como Samira y mamá.


Parece que ya se despiden, ambos hacen un gesto suave con la cabeza. Hassán se da la vuelta y mira hacia nosotros. Es la primera vez que nos mira a Samira y a mí. Tiene los ojos pequeños, pequeños y secos como las cacas de sus cabras.


Mamá parece triste, no se ha dado cuenta siquiera de que está Badr con nosotras. Ha cargado a Samira en su cadera y ha seguido camino alante con paso rápido. Ha soltado en el suelo la cesta de tomates y me ha hecho un gesto para que los coja. Le ha dicho hasta mañana a Badr sin mirarle. Este se ha dado la vuelta hacia su casa, dejando a su paso el huerto, los dos palmerales y el paseo, esta vez sin esperanza.

Me quedo parada en medio del camino, mirando hacia ambos lados viendo sus espaldas alejarse. Acelero mi paso hasta llegar al lado de mamá.

Camino a casa quiero preguntarle que ha pasado, pero no debo. Los niños no preguntan a los mayores. Lo que tenga que saber ella me lo dirá. Como hizo anoche al hablarme de Fatma, aunque tuve que preguntarla.

El aire de la tarde ya no quema, y la ladera del monte Megu tiene un precioso color morado. Solo los últimos rayos de sol tocan sus cuernos, “Chefchaouen” en berebere son cuernos, por eso su nombre, por los dos montes entre los cuales se muestra sinuosa la ciudad. Aquí todas las cosas se llaman como lo que parecen. Yo no me parezco a la hermana mayor de mi padre, ni a mi padre, ni a nadie… por eso me puedo llamar Caramelos, estos tampoco se parecen a nada que yo haya visto antes.


El viento suave trae el olor del horno de la abuela. Hoy cenaremos tomates y “mechoui”, me encanta el cordero asado con sal y cominos.

No hemos comprado el burro, mañana iremos temprano, solas las dos, solas mamá y yo.

La abuela y mamá están preparando la nueva habitación, hoy no dormiremos juntas. No importa. Allha es grande, mamá ya está aquí.


Las oigo hablar, lo cierto es que lo único que oigo son pequeños susurros entrecortados. Están hablando de Hassán. No importa. Ya no será mi hermano, Fatma ya no olerá a cabra… lo siento solamente por los dulces de la abuela. Las bodas le gustan, se pone contenta y hace dulces.


Tengo que dormir, mañana será un día especial, mamá y yo solas. Me gusta ir a La Medina antigua. No recuerdo la última vez. Lo más lejos que he salido con la abuela es hasta la mezquita de El Sok. Su minarete se ve desde casa, no está nada lejos. La Medina si, mañana iré con mamá. Está lejos, no importa, volveremos en el burro. Tengo que pensar un nombre para él. No importa, mañana veré a que se parece.


La Medina antigua es un rinconcito de la Alpujarra, está en la ladera junto a la fuente de Ras el Maa. Aquí vive la mayor parte de la gente de Chefchaouen. Las casas están apiñadas en calles estrechas, son de un deslumbrante color blanco y azul. No hay coches ni carros, el aire está limpio y se oye el sonido del agua que corre entre las piedras.

Caminamos sin prisa, cruzamos de un lado a otro de la calle viendo todas las tiendas, parecemos turistas en nuestra propia ciudad.


Nos encaminamos al centro, al barrio de Er Rif Andaluz, es uno de los siete barrios que forman mi ciudad. El añil de las casas es aquí más intenso. El ruido de los telares rompe el silencio como los latidos del corazón, es el corazón de Chefchaouen. No lo recordaba así, bueno, no lo recordaba de ningún modo.


Mamá parece contenta. Tras la Alcazaba entramos en el barrio de Sueca, está lleno de pequeños comercios, algunos tienen mesitas y sillas fuera. La gente es muy amable, todos te ofrecen té. Mamá me mira y me guiña un ojo diciéndome que nos sentemos. Me siento mayor, ella y yo solas, Abir y Aisha, sentadas tomando té en un comercio, como dos amigas ociosas que toman té y charlan. Podría preguntarle ahora por lo que pasó ayer con el cabrero, pero no lo haré, no quiero contrariarla. Parece contenta.

En el interior de la tienda una mujer canta mientras cocina. Huele de maravilla. Hay grandes fuentes con pastelillos, Cuernos de Gacela, con forma de media luna rellenos de pasta de almendras, bolitas de coco con nueces y canela, panecitos de sésamo con agua de azahar, los típicos “Pastilla” de hojaldre relleno con carne de pichón, canela, especias y azúcar…. Se me hace la boca agua.



Mamá pide dos vasos de té, uno de menta para ella y otro de mejorana y geranio para mí. Y dos empanadillas de pollo con limón confitado y olivas.


Ahora somos dos amigas ociosas que comen fuera de casa.


Mientras comemos, mamá me cuenta cosas de España. Dice que Almería es bonito, que parece un lugar más de Marruecos, por su clima, sus cosechas y porque hay tanta gente de aquí que trabaja allí que a veces era como si no se hubiese marchado.


Me dice palabras en español, algunas me hacen reír, no por como suenan sino por la cara que pone mamá para decirlas. De todas ellas la más bonita es caramelos, caramelos, caramelos…


Terminaremos de comer e iremos al barrio de El Oznar, allí se crió mamá, está camino de la fuente de Ras El Maa.


Cuando me case con Badr, será una buena madre para él, como lo es la abuela para Abir.


Tras el nacimiento de Samira, mamá estuvo muy enferma. Papá se marchó a las pocas semanas y la abuela se quedó con nosotras. No se fue con su hijo, se quedó a cuidarnos. Es una buena madre, como lo es mamá.


Llegamos a la casa donde nació mamá, es muy bonita, tiene la fachada blanca y todas las ventanitas tienen celosías de madera pintadas de azul añil. Dice mamá que estos colores son por la nostalgia que sentían los primeros españoles.


Hay una gran plaza, la fuente en medio y los lavaderos repletos de mujeres con niños pequeños que hablan entre ellos y corren alrededor de sus madres.

Estamos en medio de la plaza, Abir gira sobre sus pies lentamente, respira profundo y dice que todo está igual. Me mira sonriente y me dice que compraremos el burro más grande que haya.

Vamos al barrio de El Jaracin, es la entrada a la medina desde la ciudad nueva. Está muy transitado, la gente viene a orar a la mezquita de Sidi Buhansa. Tiene que estar llena a juzgar por todas las babuchas que se amontonan en la puerta.



La ciudad nueva es de origen español. El vendedor de animales está bajo las pérgolas de la plaza, junto a la iglesia de San Antonio Abad. Es un edificio que no se parece a ningún otro, es de piedra y no tiene adornos en la fachada, parece una casa pobre pero me gusta la torre de la campana.


Desde aquí veo al hombre con los animales, veo siete burros, seis o siete cabras, un macho grande y un puñado de perros que no preciso a contar porque no paran.


Mamá parece haber encontrado lo que quiere, hay un burro alto, negro y con las orejas más grandes que los demás. A mi no me gusta, está muy sucio, tiene excremento pegado en el pelo y pelo que no es pelo amontonado por el lomo, pero tiene los ojos bonitos, grandes y negros, parecen pintados con Kohl.


Abir da vueltas alrededor del animal y el vendedor da vueltas detrás de mamá. No para de hablar, parece una letanía, un rezo monótono. Mamá asiente con la cabeza pero su gesto es serio. Mira las fosas nasales del animal y a este parece no gustarle ya que cabecea bruscamente. Las orejas, la dentadura, golpea los lomos, las patas…. Me canso, y me siento en el suelo.

El hombre le dice a mamá que el animal tiene cuatro años, como Samira, pienso. Y mamá levanta una ceja, es un gesto muy serio y masculino. Creo que sabe lo que hace.



El hombre pide ochenta Dirham, si ochenta, repite una y otra vez y Abir dice que no con la cabeza una y otra vez. Cuarenta y cinco, solo cuarenta y cinco…ochenta, cuarenta y cinco…. Esto es eterno.

Le pregunto a mamá si puedo esperarla en la iglesia, me gustaría verla por dentro.

La dejo con el hombre negociando el precio.


Entro en la iglesia y me quedo parada al primer paso. Tengo la misma sensación que cuando mamá me dio el paquete de caramelos, a juzgar por su envoltorio nunca diría que contenía las joyas.


El recinto es fresco, y la luz rojiza de las velas amontonadas hace sombras alargadas en las paredes. Parece más grande que desde fuera. Hay muchas filas de bancos repartidos por todo el suelo menos por una parte elevada, justo en el frente. Tres escaleras blancas conducen a una mesa grande y alta del mismo material y tras esta todo es dorado y, en el centro, una cruz con una imagen de un hombre dolorido.


Hay pocas personas, dispersas en los bancos susurran con un collar de cuentas pequeñas que giran entre sus dedos.


En las paredes no hay nada dorado, pero hay más mesas, estas son más pequeñas pero igualmente blancas, y sobre ellas hay figuras, una en cada una de las cuatro mesas, vestidas de colores oscuros, pardo, negro…sus caras son tristes. Una de ellas es una mujer que cruza las manos sobre el pecho, en ellas tiene también un pequeño collar de cuentas. Sonrío, tiene los ojos mirando hacia arriba, casi en blanco, como los pone mamá.


En el suelo, justo ante mis pies hay un gran círculo de mil colores, me agacho y pongo mis manos sobre él. Mis manos se vuelven de mil colores.


Levanto los ojos buscando por donde entra esa luz. Un gran circulo como el del suelo se eleva a gran altura sobre el portón de la entrada. Parece que lo han hecho con los papeles transparentes de los caramelos.


Salgo del edificio, noto el aire templado y la luz me hace cerrar un poco los ojos. Veo a mamá que se acerca con el burro. Sonríe con satisfacción. Sesenta, me dice, sesenta Dirham. El burro es nuestro.


El sol está alto y calienta. Cierro los ojos y pienso que estoy dentro de San Antonio Abad para sentir su frescor. Le cuento a mamá lo que he visto en el edificio cristiano, lo de la luz de colores y lo de la figura de la mujer con los ojos en blanco…ambas reímos y tropezamos nuestros hombros.


En cuanto lleguemos a casa limpiaremos al burro. Mamá le sacó al vendedor un cepillo para la bestia y unas bridas de cuero. Abir sabe lo que se hace.


Mamá me dice que piense un nombre para el animal, puesto que será para mi dote.


Pasamos por delante de la casa de Badr y le llamo, mamá continua camino adelante. Yo le digo a Badr que ese será nuestro burro, que es parte de mi dote. Badr se ríe y me dice que para entonces el burro será más viejo que su abuelo… ambos reímos.


Llegamos a casa. Samira y la abuela están esperándonos sentadas bajo el olivo. Samira viene corriendo hacia nosotras y pasa por debajo del animal con tan solo agachar un poco la cabeza. Verdaderamente es alto.


La abuela repite los mismos gestos que hizo mamá bajo la pérgola, da vueltas alrededor del animal, mira sus fosas nasales, las orejas, los dientes… levanta una ceja y le dice a mamá, sesenta… sesenta y ni uno más. Mamá sonríe y asiente con la cabeza y la abuela da dos palmadas sordas en el aire mientras ambas entran en casa.


Tengo que decirles que me enseñen ese gesto con la ceja… tan serio, masculino.


Samira me ayuda a cepillar al animal, está muy sucio. Tendremos que quitarle el excremento con agua.


El burro no se mueve, parece que le gusta, no cabecea. Las costras de excremento se sueltan poco a poco y el animal parece más grande...


Le cepillo por el hocico y aparece una pequeña mancha blanca, con forma de punta de lanza. No se como llamarle, tendré que pedirle a Badr El Ain que me ayude a buscar un nombre. Al fin y al cabo el burro será de los dos.


Tengo hambre. Hoy comienza el Ramadán. No podemos comer nada hasta que se quite el sol. Tampoco trabajaremos. No podemos trabajar sin comer. Allha es grande. Ayuno y abstinencia, ni agua ni comida mientras el sol esté en el cielo. Durante todo este mes lunar viviremos de noche.


Huele bien, la abuela está preparando la cena. Cenaremos “haríra”, me encanta esta sopa densa con carne, legumbres y especias, toda la casa huele a cilantro y a dátiles calientes. Tengo hambre…voy a orar, no me concentro. Huele a pastelillos de mantequilla con azúcar y canela…me suenan las tripas. No me concentro. Allha es grande.


Pienso en los caramelos, ahora si los quiero chupar y morder, aunque me rompa los diente…tengo hambre, voy a orar.


El sol ya no luce, la tarde nos regala una vez más el aire fresco.


La abuela me ha mandado a por más estiércol de cabra. Yo la miro contrariada y ella elude mi mirada. Le pido a mamá que me deje llevar el burro sin nombre, así podré cargar uno o dos sacos y no tendré que volver en varias semanas a casa de Hassán.


Abir no me deja el burro, aún no lo se llevar.


Cuando llego a la casa del cabrero veo un montón de sacos llenos apilados uno sobre otro contra la pared. No hay ninguno a medio llenar. Un perro pequeño sale por detrás de la casa y ladra al verme. Veo la cara de Hassán que me mira por la ventana. Sale de la casa y carga un saco lleno al hombro, sin mediar palabra agarra un pequeño cabrito por las patas delanteras y comienza a andar.


Yo voy por detrás de él, apenas cuatro pasos, el olor a cabra se mete por mi nariz. Hassán es alto y recto, de espaldas no se puede adivinar su edad, de espaldas no parece un viejo.


No se oye nada, solo la respiración rápida de Hassán y el balidito, como un constante arrepentimiento del pequeño animal.


Deja el saco en la puerta de nuestra casa y le da el cabrito a mamá que, lo coge igualmente por las patas.


Mamá hace un gesto suave con la cabeza y entra en casa.

Es el quinto cabrito que nos trae en cinco meses, le digo a mamá. Y así uno por mes hasta completar catorce, me contesta ella. La abuela asiente con la cabeza.

El burro sin nombre se ha desecho del pelo que no es pelo. Ahora está limpio y tiene un aspecto impecable. Ahora si vale ochenta Dirham. Abir sabe lo que se hace.

Hay carta de Fatma. Es la primera desde que llegó mamá, ya hace más de un año. Manda dinero español. Mamá dice que es fácil cambiarlo. No escribe en nuestro idioma, por eso mamá la lee en voz alta. Pregunta por Samira, por la abuela y por mí. Algunos párrafos no los traduce, en su lugar dice algo como blabla, blabla y continúa. Ahora parece que viene algo interesante. Dice que el señor mayor de la fruta está muy enfermo y que ella lo cuida mañana y noche, por eso ha dejado la escuela. La señora la trata con cariño, es agradecida. Cuando supo que nos quería escribir le dio este dinero para que lo enviara.



Fatma está contenta, dice mamá. Tiene todo lo que necesita y más. Cuenta que este año han llegado ocho mujeres más de Marruecos para la recolección y que ella se encarga de repartirles el trabajo, como si fuera la dueña. La abuela sonríe y Abir también.


Dice que volverá a escribir tan pronto como pueda.


Mamá dobla la carta con el dinero dentro y se la guarda en entre la ropa. Tiene los ojos acuosos pero de ellos no caen lágrimas.


No ha preguntado por Hassán. Lanzo este pensamiento al aire. Ya no es cosa de tu hermana, dice mamá. Hassán así lo quiere, ahora serás tu la que cumpla el compromiso de la familia. Hassán así lo quiere.


La tierra se ha quebrado bajo mis pies. Me arden las entrañas y un dolor punzante en la boca del estómago no me permite respirar. Siento un zumbido en mis oídos como el de cientos de avispas devorando el ciruelo.


No puedo respirar, no puedo respirar…


Aún no he cumplido trece años, pero ya no lloro. Odio a Fatma. No me gusta Hassán, es viejo, no lo quería como hermano y no lo quiero como esposo.


La abuela dice que será una buena boda. Que será un buen marido y que hará honor a su nombre. Hassán significa bueno en nuestra lengua. Aisha, no lo olvides.


La abuela jamás me llama por mi nombre, el nombre de su hija muerta.


Yo no tenía que llamarme así, yo no tenía que tener este prometido, yo no tenía que tener un burro sin nombre…


Otro mes más y otro cabrito. Solo faltan tres y se celebrará la boda. Será la misma semana de mi trece cumpleaños.


Mamá ha sacado aquellas telas que trajo de España y ha empezado a coserme vestidos… Ahora lo entiendo todo… las cintas, las telas, la discusión con el cabrero en el huerto, los collares que Abir le trajo a la abuela y que esta me guardó, el burro sin nombre… ahora me mira Hassán…. Por qué ahora el saco lleno.


Tengo que hablar con Badr, he de contárselo todo, el me ayudará. Hablará con el pastor y le dirá que soy su prometida, le enseñará mi dote, la que le entregue hace tres años, le dirá que la casa de su abuelo será la nuestra, mi madre será la suya y que oleré a jabón y a aceites, a canela, menta, a rosas de Boutagra… que mi nombre es caramelos por que así lo quiero…


Tengo que hablar con Badr el Ain, el me ayudará.


Atardece en el segundo palmeral, la arena fina está aún templada. Aquí llega Badr. Le veo distinto, ya no es un niño que llora por su madre. Se sienta a mi lado y gira entre sus dedos un racimo de dátiles verdes cogido por el rabo. Los dos lo miramos girar.


Repaso en mi cabeza cada palabra que le quiero decir y como se lo quiero decir, pero cuando quiero empezar a hablar noto la lengua seca.


Él se levanta y apoya su espalda contra una palmera joven.


Voy a ser Muyahidín, dice, un soldado santo de Allha.


Comienza a andar en pequeños círculos mirándose los pies. Combatiré por la causa de Dios y no de los hombres. Lucharé por cambiar el mundo, este mundo es malo, inmoral y perverso… lucharé por un mundo gobernado por Dios. Seré implacable en la pelea y cuando caiga en el combate seré inmortal en la otra vida, me multiplicaré y tendré un sitio especial junto Allha y los profetas.

No se si habla él o el Imam de la mezquita…



Apoya su frente en el tronco de la palmera mientras me habla de una ley divina que le obliga a hacer la Yihad contra el mal…Le oigo hablar y no le reconozco, no es Badr, ahora tiene los ojos igual de secos que el cabrero…


Sin Muyahidínes, continúa diciendo, sin soldados santos de Allha, el mundo y las revoluciones fracasarán., mira hacia el cielo mientras se escucha a sí mismo.


Me levanto y sacudo la arena de mi ropa. Comienzo a andar, me giro y le digo en voz alta que me voy a casar con el cabrero. Le dejo allí, mirando al cielo.


Samira es una niña preciosa, cada vez se parece más a mamá. Me ha pedido que la pinte las manos y los pies, está muy emocionada, no para quieta y los ramilletes de flores de henna me están quedando mal. La regaño y esconde los ojos bajo sus rizos negros, pero la veo sonreír. Se ha puesto aretes de oro en la orejas y le he pintado los ojos de Khol. Bromeo con ella, le digo que tiene la mirada igual que el burro sin nombre y se ríe. Como le falta algún diente le digo que ahora se parece también a la abuela y su risa resuena por toda la casa. Está preciosa, parece una “Malikat”, parece una novia.


Mamá y la abuela llevan tres días cocinando. Van y vienen por toda la casa con fuentes repletas de comida que guardan en el cuarto fresco, el que no tiene ventana.


Esta mañana Hassán trajo el último cabrito, me lo entregó a mí, colocándomelo sobre los brazos como si de un niño pequeño se tratase. Me tocó la sien con los dedos de una mano mientras que con la otra levantó mi barbilla. Deje mis ojos cerrados y respire suavemente. No me olió a cabra, olía a madera, a cedro.


Permaneció así unos segundos que para mi fueron eternos. Mírame Aisha, dijo. Su voz sonó baja pero clara, como si saliera de un pozo. De hoy en cuatro días, continuó diciendo, tomarás de mi mano la leche y los dátiles del matrimonio. Allha es grande. Retrocediendo dos pasos, inclinó suavemente la cabeza y se marchó. Continué mirando su silueta alejarse mientras sus palabras resonaban en mi cabeza.


No conseguiré dormirme, el corazón me aprieta en la garganta y ni tan siquiera el silbidito de Samira me reconforta como siempre. Mañana vendrán las primas para comenzar con mis arreglos nupciales, durarán tres días.


Pintarán mis manos y pies con intrincados ornamentos de henna, cada uno simboliza algo distinto, el amor, la fertilidad, prosperidad y protección contra los malos espíritus. Perfumaran mis axilas, ingles y cuello con aceite de bergamota.


Cubrirán mis brazos con pulseras de oro hasta el codo, como hizo mi madre, la madre de mi madre y la madre de esta…


No puedo dormir. Samira, “la que cuenta cuentos en la noche”, no hace honor a su nombre, está profundamente dormida. Me tienta despertarla para contarle mis miedos, pero no puedo, es muy pequeña, no puedo…
Colocaran mis ropas con pétalos de rosas, la doblarán después y guardarán en una caja hasta la mañana de la boda. Peinaran mi pelo con aceite perfumado una y otra vez, trenzando mechones sobre mi nuca. Pintarán mis ojos con Khol y mis labios con carmín. Cubrirán mi cara con un velo y me sacarán a la puerta de la casa. Los invitados cantarán y darán palmas al aire a la espera de que llegue Hassán, elegantemente ataviado con la indumentaria tradicional.



Tengo que dormir, si no descanso mañana no aguantaré a tanta mujer por casa, riendo y haciendo bromas obscenas. Hace tiempo que no veo a las primas. Desde la última boda.


No puedo dormir, tengo los pies fríos y no puedo dormir….


Repaso mentalmente la comida guardada en el cuarto fresco.


Hay dos platos de Maskina azucarada con frutos secos, dos tajines de cordero y dos de pollo más, otro con verduras. Los dátiles y la leche que intercambiaremos Hassán y yo como símbolo de la dulzura de nuestro matrimonio… Hojaldres de codorniz con canela, el queso de cabra, la sopa de cilantro, las verduras asadas con miel, las frutas confitadas…los panecillos de sésamo… tengo que dormir… palomas con arroz, las hojas de col rellenas de carne, las berenjenas en vinagreta con cominos, pollo relleno de trigo…falta algo…tengo que dormir… falta algo…los dulces de la abuela…


La ceremonia oficial ha comenzado, nos presentamos ante el Imam de la mezquita del Sok. Declaramos nuestra intención según las normas de Dios y de Mahoma. Hassán huele a cedro. Me sudan las manos, se estropeará el minucioso trabajo de mis primas….


La comida está dispuesta alrededor del olivo centenario. Hassán a dicho “ Bismillah” (alabado sea Dios) y todos han empezado a comer.


La fiesta en nuestro honor lleva ya dos días. Nos han agasajado con multitud de regalos. Miro a mi esposo que se sienta a tres metros de mi, hasta que no termine la fiesta permaneceremos separados. Come, bebe, habla y ríe con todos. De vez en cuando me mira y hace un gesto suave con la cabeza.


Samira baila con la abuela y con los demás niños. Mamá permanece sentada recogiendo regalos para nosotros. Una alfombra, utensilios de cocina en cerámica colorida, un recipiente de tajine esmaltado en verde, dos cestos para destilar higos, un espejo pequeño enmarcado con pequeñas teselas de azulejo…una caja con pastillas de jabón, que le entrega el abuelo de Badr…viene a mi memoria el saquito de migas de jabón… Un juego metálico para el té con bandeja…una caja de madera con incrustaciones de diente de camello…


Llega el final. Abir se pone en pie y coge mi brazo por el codo con una mano y la otra la coloca estirada bajo la mía. Andamos con lentitud ante la mirada atenta de todos los invitados, los niños han dejado de bailar y guardan silencio. Cumpliendo con la tradición, mamá entrega mi mano a Hassán en matrimonio. Este la toma y el silencio se rompe entre palmas y gritos berebere de mujer.


El burro sin nombre está esperando, perfectamente adornado para la ocasión, lo montaré hasta mi nueva casa escoltada por Hassán.


Ya no me parece tan pequeña. Mi esposo la ha pintado de un blanco muy blanco y la puerta de azul añil como las casas de la ciudad. El riachuelo baja al límite de agua, los olivos están cargados y no veo sacos de excremento apilados en la fachada.


El aire ya no quema. Ya no lloro. Ahora soy Aisha esposa de Hassán. Es un buen hombre. Ahora tengo mi casa, mis árboles, mis cabras… Abir sabe lo que se hace.

Tengo que pensar con Hassán un nombre para nuestro burro sin nombre… Caramelos, eso es, le preguntaré si le gusta Caramelos.


Allha es grande.


“Te lo regalo, por que te quiero.....y este sentimiento es de plomo. Agárralo para que notes su presencia y que, ese peso agradable te acompañe cada día y en todas las circunstancias.




Para mi Pepa, mi amiga inesperada... Se merece lo mejor de este mundo y yo, espero compartirlo con ella hasta el final...no hay distancias si el cariño es auténtico. Por todos los buenos momentos que nos quedan por vivir”



Clara.



Madrid, 23 de Agosto del 2008.

9 comentarios:

Clara dijo...

¡¡Anda que no!!...Estooo...¿ocupa mucho?..jaaa...tendremos que preguntar como poder acceder a el...sin desbaratarse el blog...jajáa
Gracias a ti...Pepeta...gracias a ti...¡¡Deliriooo!! jaaa...

Anónimo dijo...

Gracias amigas mías. El pincel y la palabra, unidos, de forma tan bella, no hacen sino crear una nueva obra de arte, que es mucho mas que la suma de ambos, porque a ella se añaden la amistad y la generosidad.
Brindo por vosotras,...
"caramelos"...
Enrique

Pepa Sánchez dijo...

Clarisssssss, tu si que ocupas jodía, anda que no es grande ni ná la niña, jajaaaaa. No me canso de leerlo, y mira que es largo. Besets y gracias pelaílla.

Clara dijo...

Joe..soy grande...si...pero así doy para mucho rato...jajaja...
En-rico... nos llama Caramelos..que bueno, la Pepis es una "Juanola" y yo un "adoquín de Zaragoza"...jaajjajaja
Besos y abrazos, amigos míos....
Oye Pepa, pon algo más de cava en el frigo que ésta noche hacemos fiesta..."tengo unas ganitas de marcha"...¡kemestoy marchitandoooo!

Pepa Sánchez dijo...

Jajajaaaa, ¿será capulla?...soy una gominola guapa, con mucho asucar, jajajaaaaa. Voy a robar cava a casa de Ada, sssssss.

Pepa Sánchez dijo...

Quería decir, soy una gominola, guapa, jajajaaa, que te comes una coma y ya se creen que te dices a ti mismamente guapa. Rebesets.

Adela Abós dijo...

Einggg??? Adoquín de Zaragoza? Robarme cava???

Cuidadín... que os he pillado ... "brujasss"...jajaja

Precioso Clara, me ha encantado. De todas formas el cuadro de Pepa te ha tenido que ayudar mucho.

Pepa... vaya regalico que te han hecho eh, "pajára"??

Besos... "montonadas" de besos para las dos.... muack

Adela Abós dijo...

Ahhh!!! que se me olvidaba, yo soy..... un sidralico.. jajaja.
Muack

Pepa Sánchez dijo...

Ups, me pilló...joer Claris si esque haces mucho ruído. ¿Un sidralico?, jajajaa. Gracias Adelis, ¿a que está chulo?, esto de tener amigos escritores y poetas es un lujo. Te compensaré por el cava. Te mando por mail un rgalico, jajaaaa, ya me contarás. besets.